A las 10’30 nos lanzamos a las carreteras dispuestos a todo, pero ese todo hizo su primera parada a la espera de los otros compañeros de safari en las bodegas Palafox de Villanueva de Gállego, donde nos estimulaban y animaban a probar sus vinos, vermuts y moscateles. Pero sabedores de que a veces el ojo y el vino no se llevan bien, decidimos adquirir algunos caldos y aceptar sus regalos en forma de botellitas delicadas y graciosas para cuando el ojo no nos fuera tan necesario como en este futuro próximo en que estábamos inmersos.
Una vez que conseguimos dejar atrás este delicioso “islote” donde habrían podido naufragar muchos de nuestros mejores propósitos, la emprendimos camino de Valpalmas y hacia nuestro objetivo posterior: los Aguarales.
Bajamos, paseamos, jugamos a hacer fotos. Nuestro siempre amado jefe y maestro nos dio las clases pertinentes a nuestras dudas y pasamos la mañana hasta hacer hambre de veras.
Casi salimos corriendo aguzados por los estímulos gástricos de nuestra Beatriz para alcanzar las puertas del casino de Biscarrués, donde posamos nuestros cuerpos y nuestras almas a la espera de algunas tapas con las que concitar voluntades y decidir dónde comer.
Tras la ingesta, decidimos partir hacia Ayerbe, donde nos esperaban los empanadicos y los refollados de siempre. Alcanzamos a preguntar por un buen lugar donde comer y nos recomendaron “El Callejón de Belchite” donde nos dejamos engatusar por la parrilla humeante y por el calorcito del lugar.
Comimos, bebimos y acabamos paseando nuestros cuerpos infaustos por el pueblo a la busca de las panaderías donde comprar delicias con que obsequiar a los que se quedaron en la ciudad.
Tras esta recaída, salimos pitando hacia Santa Eulalia para ver el puente sobre el Gállego y pasear un rato a sus orillas, pero la oscuridad traicionera se nos echó encima y finalizamos nuestra aventura en la casa de nuestro amigo José Luis, en Villanueva de Gállego nuevamente, donde los pillamos en plena faena de la matacía de dos cerdos (no recuerdo si eran Pedro y Pablo –católicos no parecían sus dueños- o Pili y Mili –bonitos nombres a quienes el que escribe también habría dado matarile sin pedir opinión-).
Una vez en casa, quedamos en mandarnos cinco promesas de fotos con que probar a nuestros lectores la verdad de nuestras valentías y aquí quedan para la turbia posteridad.
Naslisa
Melmoth
El Extranjero
An Arco
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